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jueves, 4 de agosto de 2011

¿Cual es tu nombre?




Estaba pensando en cómo me llamo.

Por más que fuerzo a mi corta memoria, no consigo recordar que en mi vida me hubiese llamado alguna vez por mi nombre. Jamás me he llamado, siempre me han llamado...y algunas veces ni eso. 

El común de los mortales me llaman Pedro, para otros soy el padre de...para otros soy el hijo de...para otros soy el esposo de...para otros soy el que trabaja en...para otros soy el que vive en...para otros soy el compañero de...para otros soy el de la asociación de...para otros soy el que juega en...para otros soy el cliente que...para otros soy alguien con el que se cruza cada día sin -ni siquiera- saber su nombre. 

Y eso me confunde porque quien me nombra me atrapa. Cuando alguien pronuncia mi nombre me obliga a prestarle mi atención. Cuando nos llaman siempre nos demandan algo -para pedir o compartir- pero te obliga -a dar o recibir-; y a menudo ocurre que te olvidas de Tí. El tiempo es escaso. 

 Por otra parte, también me irrita ser poseedor de tantos yoes; una sobrecarga de roles que constantemente envuelve mi verdadero Yo. No hay manera de hacer mutis por el foro de esta representación que es la vida. 
Las demandas de tantos yoes crean ansiedad y frustración. Nos cubrimos -a modo de cebolla- de una infinidad de capas que enmascaran nuestra esencia. 

Ya lo dijo Jesús cuando le preguntaron los fariseos que quién era Él, que así hablaba. 
"Yo Soy el que Soy" contesto Jesús. Él era esencia pura, Espíritu; sin ropajes ni vestimentas. Pero Él tenía la suerte de que "su reino no era de este mundo".

 Para los que nuestro reino es tan insignificantemente grande como nuestro Yo Interior, solo nos queda decir NO. Cuando aprendamos a decir NO a todos los que nos llaman por nuestro nombre, estaremos deshojando las capas de la cebolla que nos lleven a nuestro Interior: la Serenidad. 

Solo cuando consigamos deshacernos de las capas de condicionamientos trasnochados que hemos heredado, de las anacrónicas demandas interiorizadas que ya no tienen sentido, de las culpas, de los miedos y de los reproches de todos esos yoes; solo entonces empezaremos a encontrarnos -cada mañana- desnudos en el espejo. Solo entonces podremos llamarnos por nuestro nombre y decir -orgullosos- Ese Soy Yo. 

Esa es la lucha del que se quiere conquistar a sí mismo; la lucha del Verdadero Guerrero.  


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