Estaba pensando en este testimonio que os escribo literalmente:
"Que nadie es propiedad de nadie, ni a las personas se las puede tratar como mera "mercancía". Un contrato, por muy bendecido que esté, no obliga a perder la libertad de decidir con quien convivir. Ni sois mi dueño ni el guardían de mi sexo. Ni tan siquiera teneis derecho a preguntarme con quien quiero yacer este día. Sería como prohibirme a comer o respirar; yo soy mi propia dueña. Si me amas, no coartes mi libertad.
Respeta mi libertad, porque al no pertenecerte habrás de conquistarme cada día, querrás ser mejor para mí y conseguiras mi amor de veras. Te dejo que me ames libremente.
Cuando nos confundimos y nos tratamos como "posesiones", no amamos, solo negociamos nuestra parcela de libertad. Toda negociación es un juego de suma cero (lo que una parte gana es a expensas de la otra) en el que podemos sentimos perdidas y tender a reprimirnos o subestimarnos, y en instancia más severa a aceptar imposiciones y maltratos. A veces incluso pensamos que nos merecemos lo que nos pasa; cuando no nos regodeamos de nuestro propio dolor en un espiral victimista.
No quiero vuestro cariño, prefiero vuestro amor. Y si lo segundo no ha de ser...me quedo mi libertad".
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