Estaba pensando en los hijos. Ellos devuelven lo que han recibido.
Ellos Son -en gran medida- lo que han aprendido de nosotros, han imitado nuestro propio comportamiento. Somos -en verdad- muy responsables de sus valores y sus desdichas.
¿Cuantas veces no los utilizamos para que sean una continuación de nuestras propias frustraciones? ¿Cuantas veces no los obligamos a que repitan nuestras propias miserias? ¿Porqué han de ser esclavos de nuestros propios deseos? ¿Porqué coartamos su libertad, y los utilizamos interesadamente, bajo la peregrina excusa de su propia protección?
¿Cuantas veces no los utilizamos para que sean una continuación de nuestras propias frustraciones? ¿Cuantas veces no los obligamos a que repitan nuestras propias miserias? ¿Porqué han de ser esclavos de nuestros propios deseos? ¿Porqué coartamos su libertad, y los utilizamos interesadamente, bajo la peregrina excusa de su propia protección?
¿En verdad estamos tan ciegos para no comprender que su vida no es nuestra vida? ¿Somos tan egoístas que les negamos sus propias oportunidades para que puedan repetir nuestros propios fracasos?
Deberíamos comprender que la educación de nuestros hijos se asemeja al arco y la flecha. Nosotros tensamos el arco fuerte y con mucho amor; pero cuando la flecha es disparada al viento con nuestros mejores deseos, ya no nos pertenece; tan solo nos queda rezar porque la flecha alcance el mejor de los objetivos.
¿Donde estábamos cuando hubimos de lanzar la flecha?
¿Acaso estábamos?