Estaba pensando en como actuaría si supiera que hoy es el último día de mi vida.
Superado el primer escalofrío; dedicaría todo mi tiempo en acercarme, abrazar, besar y susurrar desde el corazón desnudo el amor y cariño que siento por todos aquellos que han sido fundamentales para mí en esta vida. Les agradecería haber compartido tanta felicidad y buenos momentos en esta travesía; e intentaría, hasta el último minuto, expresarle mi satisfacción de tenerlos cerca: que ha merecido la pena.
En esos momentos querría congelar el reloj y seguro me reprocharía el tiempo desperdiciado en tanta vanalidad y tantos asuntos intrascendente; dejando besos sin dar, ofensas sin perdonar o sonrisas sin devolver.
En mis últimas horas, lo puramente material no existiría. En estos momentos determinantes tan solo quedaría lo verdadero: la risa, lo aprendido y lo amado.
En mis últimas horas, lo puramente material no existiría. En estos momentos determinantes tan solo quedaría lo verdadero: la risa, lo aprendido y lo amado.
Entonces: ¿Porqué no vivo cada día como si fuese el último de mi vida?
La muerte ya no tendría sentido.
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